quinta-feira, 9 de junho de 2011

IBN ARABI...Poeta d' Amor!...los años de Sevilla!...FÁTIMA, para ti.!...¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas, del rojo atardecer...






Ibn Arabi.Abū Bakr Muhammad Ibn 'Alī Ibn al-'Arabi (en árabe أبو بكر محمد بن علي ابن عربي الحطمي) (Murcia, 26 de julio de 1165 – Damasco, 16 de noviembre de 1240), más conocido como Ibn Arabi, Abenarabi y Ben Arabi fue un místico sufí, filósofo, poeta, viajero y sabio musulmán andalusí. Sus importantes aportaciones en muchos de los campos de las diferentes ciencias religiosas islámicas le han valido el sobrenombre de Vivificador de la Religión (en árabe محيي الدين Muhyi al-Din) y El Doctor Máximo (en árabe الشيخ الأكبر as-Sheij al-Akbar). Es probablemente la figura más influyente en la historia del misticismo islámico.

¡Qué dolor en mi corazón!
¡Qué dolor!
¡Qué gozo en mi alma!
¡Qué gozo!
En mi corazón arde la pasión como un fuego.
En mi alma se ha puesto una luna de tiniebla.
¡Oh almizcle!
¡Oh luna!
¡Oh ramos sobre la duna!
¡Qué verde!
¡Qué esplendor!
¡Cuánto aroma!
¡Oh boca sonriente, cuya humedad adoro!
¡Saliva cuya miel he probado!
¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas
del rojo atardecer!
Desnuda de sus velos,
sería tormento y por ello es esquiva.
Sol mañanero que escala los cielos,
ramo de duna en un jardín plantado,
lo contemplo sin pausa, con temor reverente,
y riego el ramo con suave lluvia celestial.
Cuando se levanta es maravilla en la mirada,
cuando se pone es causa de mi muerte.
Desde que la belleza puso sobre su frente
corona de oro virgen, amo el oro.
Si Satán hubiera contemplado en Adán
el fulgor de su rostro, no se hubiera revuelto.
Si Hermes hubiera interpretado las líneas
que la belleza escribió en su rostro,
no hubiera escrito nada.
Si la reina de Saba la hubiera visto sobre el trono,
no pensara en el suyo, ni en palacios.
¡Oh, el sarh en el valle, el ban en la espesura!
enviadme con la brisa vuestro perfume,
cargado del aroma dulce
de las flores entre sus valles y colinas.
¡Oh ban del valle!, muéstrame tus ramas
y brotes suaves como las líneas de su cuerpo.
Narra la brisa la juventud pasada
en Hágir, en Miná y Qubáe ,
y en la dunas donde el valle se tuerce
junto al vedado,
y en La’la, donde pacen las gacelas.
No es extraño, no es raro
que un hombre se enamore de las bellas
y, cuando arrulla la paloma,
con el nombre de su amada se extasíe.
Y ¡qué gozo!

La figura de Ibn Arabí supera las fronteras geográficas e históricas, culturales o religiosas, y se extiende a todo aquel que quiera y pueda comprender que "Dios no oculta nada al humano que comprenda que es Uno con Dios".

Desde Sevilla los viajes a Córdoba eran frecuentes y así relata Ibn Arabí su fugaz pero trascendental encuentro con quien fuera uno de los mayores filósofos del Medioevo junto a Santo Tomás de Aquino: "Pasé una jornada en Córdoba, en casa de Abú al-Walid ibn Rushd (Averroes), quien anteriormente había expresado su deseo de conocerme personalmente. En aquella época yo era todavía un joven imberbe. Al entrar en su casa, el filósofo se levantó para acogerme con grandes signos de amistad y afecto y me besó. Después me dijo: '¿Sí?', y yo le respondí: 'Sí'. Mostró alegría al ver que le comprendí. Al observar el motivo de su júbilo, le dije: 'No'. Entonces Ibn Rushd se sorprendió, palideció y diríase que dudaba de sí mismo. Seguidamente me hizo la siguiente pregunta: '¿Qué respuesta has encontrado a las cuestiones de la Revelación y de la gracia divina?, ¿coincide tu respuesta con la que se nos da en el pensamiento especulativo?'. Y yo le contesté: 'Sí-No', 'Y entre el Sí y el No los espíritus vuelan más allá de la materia y las cabezas se separan de los cuerpos'. Al escuchar esto, Ibn Rushd palideció e incluso tembló y escuché sus labios murmurar: